Ana María García López, psiquiatra del Hospital San Rafael
Hoy, 10 de octubre, se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, que este año tiene como lema Los jóvenes y la salud mental en un mundo en transformación. Para unirnos a la celebración, hemos charlado con Ana María García López, psiquiatra del Hospital San Rafael desde 2012, con una larga experiencia en el tratamiento de trastornos adictivos, de la alimentación y en general, de adolescentes.
La Organización Mundial de la Salud advierte con motivo de la conmemoración del Día Mundial de la Salud Mental y, entre otros aspectos, de la importancia de fomentar la resiliencia mental. ¿Qué es la resiliencia? La resiliencia ha sido definida como la capacidad que tiene el individuo para afrontar y recuperarse de hechos adversos, circunstancias difíciles o situaciones traumáticas y salir fortalecido de ellas.
Ana María García López dice que como profesional ha visto “unos cuantos pacientes y unos cuantos chicos y chicas”, una larga carrera en la que constata que los adolescentes y jóvenes de hoy en día son menos resilientes, más débiles. Toleran peor el fracaso que los de generaciones anteriores y mucho de ello tiene que ver con la sobreprotección que reciben de sus padres. No es una deficiencia de los chicos y chicas, sino un efecto de la sociedad en la que vivimos y de cómo se ejerce la paternidad:
-Hasta la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte de la necesidad de fomentar la resiliencia entre los más jóvenes cuando es algo que parece de sentido común ¿Los padres se han pasado sobreprotegiendo a los niños o es una cuestión social?
-Ambas cosas se suman. La sociedad en general es sobreprotectora; cada vez da más instrumentos para sentir placer, para tener las cosas rápido y de forma eficiente. Y tenemos presión social para hacerlo así. Los padres han vivido una infancia con muchas más carencias y quieren ofrecer a sus hijos todo aquello que no han tenido. Y, en general, nos estamos pasando en la sobreprotección. Se detecta en las aulas, en las consultas… Cada vez chicos de más edad son incapaces de hacer cosas más básicas.
-Habla de la presión social, ¿A qué se refiere? ¿A que hay que hacerlo todo bien?
-La presión social la vivimos todos, la sociedad es exigente en general. Tenemos que triunfar, ser muy buenos en todo. Antes si los niños no estudiaban, no era el fin del mundo; ya trabajarían. Ahora tienen que hacerlo y ser esto o aquello, muchas veces, lo que los padres quieren. Cuanto más dinero tienes, más triunfas; cuanto más lo demuestres, más triunfas… Te sientes frustrado si no llegas a determinado nivel y cuando llegas a este nivel no te satisface y necesitas más… Es una insatisfacción permanente y nos presionamos; cada vez nos exigimos más.
-Y esto aplicado a las familias, a los hijos…
-Cada vez se está menos tiempo con los jóvenes, cada vez utilizan más herramientas electrónicas y hay más control, pero hay más distancia respecto a los padres; no sólo física, sino también emocional porque no hay tiempo para ellos.
-Es un poco contradictorio porque los sobreprotegemos, pero luego no les escuchamos, no pasamos tiempo con ellos.
-Porque es sobreprotección pero también es control. Quiero que sea esto, de esta manera, en este tiempo y de este modo. No solo se sobreprotege pensando en el niño o la niña; que no sufra, que no se haga daño… Muchas veces es un deseo de control del padre o de la madre. Hay gente que tiene este miedo interno al fracaso, a que su hijo haga algo, que se meta en las drogas. Ese “¿Cómo me va a pasar a mí?”.
-Es curioso que hay gente que antes de tener hijos es capaz de racionalizar esto, pero, con la paternidad, reproduce el mismo esquema. ¿Cómo se puede evitar no caer?
-Si tienes una conversación con familias de diferente tipo que hablan de hijos adolescentes, la mayor parte no concibe cómo no lo controlas, cómo no le miras el WhatsApp, cómo no vigilas sus redes sociales… Lo raro es que un joven de 15 años ande suelto, libre de estar vigilado en todo momento. Es normal poner límites y normas, como la hora de llegar a casa. Lo grave es que la sobreprotección está tan normalizada que si no la practicas, eres mal padre. La sobreprotección de los hijos es una forma de maltrato.
-¿De verdad?
-Sí. Está así definido y catalogado por expertos, pero está tan normalizada que la sociedad no es capaz de verlo así y es complejo solucionarlo.
-¿Y cómo podemos hacerlo bien?
-¿Cómo podemos hacer que un padre se prepare? Es difícil; vivimos en una sociedad consumista, de éxito… Es muy difícil educar a los padres de forma que dejen marchar a sus hijos para que vuelvan; dejarles que se equivoquen. Tal vez, con campañas educativas para padres en las que vean las consecuencias.
-Pero todo empieza en la infancia.
-Por supuesto. Si hablas con los profesores, te dicen que los niños llegan a Primaria muy dependientes; para tareas normales como abrir un grifo, lavarse las manos, comer solos… Cosas muy básicas que por genética son capaces de hacer solos, pero que les hacen sus padres, tíos o abuelos. Ellos se van acomodando; crean un esquema mental de confort y poco sacrificio.
-¿Y esta baja tolerancia al fracaso y la sobreprotección pueden ser caldo de cultivo de la enfermedad mental o el trastorno?
-Sin duda ninguna. Hay muchos niños sobreprotegidos que acaban desarrollando cuadros de ansiedad y depresivos, sobre todo. Lo notamos muchísimo en las consultas; chavales con cuadros de ansiedad y depresivos cuando se enfrentan a la etapa universitaria o a la vida adulta. Les cuesta muchísimo hacerlo y dejan de dormir, tienen crisis de ansiedad repetitivas, y el fondo está un poco ahí. Te relatan dificultades que objetivamente no deberían ser un foco de malestar. Y sin embargo para ellos es un mundo salir de casa, vivir fuera, compartir piso, hacer una matrícula… El qué voy a ser de mayor, en qué voy a trabajar. Por eso decimos que son más frágiles.