Doctora Mª Jesús Sobrido, neuróloga del Hospital San Rafael
El ictus o enfermedad vascular cerebral se produce cuando el aporte sanguíneo a una zona del cerebro queda interrumpido (ictus isquémico) o bien cuando existe un sangrado (ictus hemorrágico), ocasionando habitualmente un infarto cerebral con muerte neuronal en el área afectada. El ictus es una de las causas más frecuentes de mortalidad. En los próximos años se prevé que la prevalencia de discapacidad causada por secuelas de ictus vaya en aumento, lo cual tendrá enorme impacto en los pacientes, las familias, los sistemas de salud y la economía.
Esta estadística podemos reducirla si nos tomamos en serio controlar los factores de riesgo más importantes: hipertensión arterial, diabetes, colesterol, obesidad, sedentarismo, consumo de tabaco, alcohol y otras drogas. Haber tenido ictus o problemas cardiovasculares previos incrementa el riesgo, por lo que en ese caso es especialmente importante que sigamos estrictamente el tratamiento y revisiones médicas.
Algunas enfermedades familiares o características genéticas se asocian con un riesgo incrementado de ictus. Entre ellas se encuentran enfermedades cardíacas, enfermedades autoinmunes, patologías del colágeno, malformaciones vasculares, trastornos de la coagulación o hipercolesterolemia familiar. Si existen antecedentes de ictus en otros miembros de la familia, especialmente en personas jóvenes, es conveniente consultarlo.
Síntomas a tener en cuenta
Los síntomas de ictus pueden consistir en una pérdida repentina de la fuerza en una parte del cuerpo. Pero debemos aprender a reconocer otros síntomas de ictus como sensación de acorchamiento, dificultades en el habla, pérdida de visión en un ojo o ambos, visión doble, pérdida de equilibrio o coordinación, especialmente si se presentan de forma brusca. Otro dato de alarma es la presentación de un dolor de cabeza repentino e intenso sin causa aparente.
Estos síntomas deben ser consultados siempre, inmediatamente, puesto que el tratamiento precoz es vital para reducir la mortalidad y las secuelas. Debemos acudir a un centro médico con urgencia incluso aunque los síntomas hayan desaparecido enseguida, puesto que están indicando la presencia de un problema vascular que, si no se actúa sobre él, puede derivar en algo más grave. Un ictus transitorio implica riesgo de sufrir otro ictus en las horas o días siguientes, a lo mejor ya no transitorio. Los tratamientos actuales en la fase aguda, como la fibrinolisis y otras medidas en unidades de ictus, aumentan mucho la probabilidad de supervivencia y disminuyen las secuelas, si se administran en las primeras horas. En el ictus se cumple la máxima “el tiempo es oro” o, como nos gusta decir a los neurólogos, “el tiempo es cerebro”.
El tratamiento, en tres vías
Después de un ictus el tratamiento se centra en tres aspectos: corregir los factores de riesgo, administrar antiagregantes o anticoagulantes y rehabilitar la función perdida. En algunos casos puede ser necesario tratar las placas de arteriosclerosis que obstruyen las arterias carótidas del cuello, bien mediante cirugía o mediante técnicas vasculares como dispositivos de tipo stent. El sistema nervioso tiene capacidad de recuperar las conexiones neuronales y las funciones perdidas, si bien no siempre será por completo.
Como lo más llamativo en la fase aguda suele ser la dificultad motora, un aspecto menos conocido de las secuelas del ictus son los síntomas cognitivos y conductuales. La enfermedad vascular cerebral puede conllevar pérdida de funciones intelectuales y psíquicas, especialmente si se producen infartos múltiples a lo largo del tiempo, pero un solo ictus puede ser suficiente para causar demencia. Por ello, el programa de rehabilitación debe incluir no sólo ejercicios para recuperar la fuerza muscular, sino también terapia cognitiva, logopedia y terapia ocupacional.